Hervías
la leche
y
seguías las aromosas costumbres del café.
Recorrías
la casa
con
una medida sin desperdicios.
Cada
minucia un sacramento,
como
una ofrenda al peso de la noche.
Todas
tus horas están justificadas
al
pasar del comedor a la sala,
donde
están los retratos
que
gustan de tus comentarios.
Fijas
la ley de todos los días
y
el ave dominical se entreabre
con
los colores del fuego
y
las espumas del puchero.
Cuando
se rompe un vaso,
es
tu risa la que tintinea.
El
centro de la casa
vuela
como el punto en la línea.
En
tus pesadillas
llueve
interminablemente
sobre
la colección de matas
enanas
y el flamboyán subterráneo.
Si
te atolondraras,
el
firmamento roto
en
lanzas de mármol,
se
echaría sobre nosotros.
Detrás del metafórico lenguaje de J.L.L.
pueden encontrarse, sin buscar demasiado, mil interpretaciones a cada una de
sus figuras, pero todas te llevan específicamente al hogar y en él a la mujer;
supongo que su madre, la que a la muerte temprana de su padre, debió
convertirse en figura única de culto para él.
¿Quién más que una mujer y madre tiene la
paciencia milimétrica para recorrer una casa detalle a detalle y dejar cada cosa en sus sitio y cada
sitio con el primor y la belleza que lo hagan agradable a la vista y a la vida?
Un café lo bebes delicioso en cualquier
lado; cafetín, cantina, ventorrillo callejero; pero un café preparado por tu
madre tiene un sabor a felicidad, a seguridad, a la certeza de su sonrisa. El
sabor no importa si viene de las manos amorosas de tu madre, porque siempre
será grandioso.
Atreverse a desobedecer sus normas tiene
consecuencias que solo los tontos no ven y aunque amorosa, de seguro el ser
reconvenido por ella, equivale a unos cientos de años en el purgatorio o en el
mejor de los casos a unas horas sin su sonrisa maternal.
El Poeta, a fin de cuentas mago, sabe que
ella, su madre, también es un ser humano que sufre y se asusta, por lo que con
su palabra, encuentra cómo ayudarle, halagarla; porque a fin de cuentas, el
beneficiario de su amorosa estabilidad es él.
Sabe también el Poeta que si por cualquier
error de apreciación llegara a maltratar, a hacer sufrir a esa mujer, su madre;
todo se le vendría encima sin remedio y
“el
firmamento roto
en lanzas de mármol,
se echaría sobre nosotros”
José M Ruiz P.
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