I. No puede haber desenlace para la vida de un poeta. Todo lo que no ha emprendido, todos los instantes alimentados con lo inaccesible, le dan su poder. ¿Experimenta el inconveniente de existir? Entonces su facultad de expresión se reafirma, su aliento se dilata.
Una biografía solo es legítima si hace evidente la elasticidad de un
destino, la suma de variantes que comporta. Pero el poeta sigue una
línea de fatalidad cuyo rigor nada flexibiliza. La vida les toca en
suerte a los filisteos; y para suplir lo que no han tenido se han
inventado las biografías de los poetas...
La poesía expresa la esencia de lo que no podríamos poseer; su
significación última: la imposibilidad de toda "actualidad". La alegría
no es un sentimiento poético. (Proviene, sin embargo, de un sector del
universo lírico donde el azar reúne, en un mismo haz, las llamas y las
estupideces.) ¿Se ha visto alguna vez un canto de esperanza que no
inspirase una sensación de malestar, incluso de repulsión? Y ¿cómo
cantar una presencia cuando incluso lo posible está manchado por una
sombra de vulgaridad? Entre la poesía y la esperanza, la
incompatibilidad es completa; de este modo el poeta es víctima de una
ardiente descomposición. ¿Quién se atrevería a preguntarle como ha
experimentado la vida, cuando ha vivido gracias a la muerte? Cuando
sucumbe a la tentación, pertenece a la comedia... Pero si, por el
contrario, de sus llagas brotan llamaradas, y canta a la felicidad - esa
incandescencia voluptuosa de la desdicha - se sustrae al matiz de
vulgaridad inherente a todo acento positivo. Es Hölderlin refugiándose
en una Grecia soñada y transfigurando el amor en embriagueces más puras,
en las de la irrealidad...
El poeta sería un tránsfuga odioso de la realidad si en su huida no
llevase consigo su desdicha. Al contrario del místico o el sabio, no
sabría escapar a sí mismo ni evadirse del centro de su propia obsesión:
incluso sus éxtasis son incurables, y signos premonitorios de desastres.
Inepto para salvarse, para él todo es posible, salvo su vida...
II. En esto reconozco a un verdadero poeta: frecuentándole, viviendo
largo tiempo en la intimidad de su obra, algo se modifica en mí: no
tanto mis inclinaciones o mis gustos como mi propia sangre, como si una
dolencia sutil se hubiera introducido en ella para alterar su curso, su
espesor, su calidad. Valéry o Stefan George nos dejan allí donde les
abordamos, o nos vuelven más exigentes en el plano formal del espíritu:
son genios de los que no sentimos necesidad, solo son artistas. Pero un
Shelley, pero un Baudelaire, pero un Rilke intervienen en lo más
profundo de nuestro organismo, que se los apropia como lo haría con su
vicio. En su proximidad, un cuerpo se fortifica, y luego se ablanda y se
desagrega. Pues el poeta es un agente de destrucción, un virus, una
enfermedad disfrazada y el peligro más grave, aunque maravillosamente
impreciso, para nuestros glóbulos rojos. ¿Vivir en su territorio? Es
sentir adelgazarse la sangre, es soñar un paraíso de la anemia, y oír,
en las venas, el fluir de las lágrimas...
III. Mientras que el verso lo permite todo, y en él podéis verter
lagrimas, vergüenzas, éxtasis y sobre todo quejas, la prosa os prohíbe
expansionaros o lamentaros: repugna a su abstracción convencional. Exige
otras verdades controlables, deducidas, mesuradas. Pero, ¿y si se
robasen las de la poesía, si se saquease su tema, y si uno se atreviese a
tanto como los poetas? ¿Por qué no insinuar en el discurso nuestras
indecencias, nuestras humillaciones, nuestras muecas y nuestros
suspiros? ¿Por qué no estar descompuesto, podrido, ser cadáver, ángel o
Satán en el lenguaje de lo vulgar, y traicionar patéticamente tantos
aéreos y siniestros vuelos? Mucho mejor que en la escuela de los
filósofos, es en la de los poetas en la que se aprende el valor de la
inteligencia y la audacia de ser uno mismo. Sus "afirmaciones" hacen
palidecer los apotegmas más extrañamente impertinentes de los antiguos
sofistas. Nadie las adopta: ¿hubo jamás un solo pensador que fuese tan
lejos como Baudelaire o que se atreviese a transformar en sistema una
fulguración de Lear o un monologo de Hamlet? Quizá Nietzsche antes de su
fin, pero, ay, se obstinaba aún en sus estribillos de profeta...
Buscaremos del lado de los santos? Ciertos frenesíes de Teresa de Ávila o
Ángeles de Foligno... Pero se encuentra demasiado a menudo a Dios, ese
sinsentido consolador que, apuntando su valor disminuye su calidad.
Pasearse sin convicciones y solo no es propio de un hombre, ni siquiera
de un santo; a veces, sin embargo, lo es de un poeta...
Imagino a un pensador exclamando en un movimiento de orgullo: "Me
gustaría que un poeta se fabricase un destino con mis pensamientos!".
Pero para que su aspiración fuese legítima, haría falta que él mismo
frecuentase largo tiempo a los poetas, que sacase de ellos delicias de
maldición, y que les devolviese, abstracta y acabada, la imagen de sus
propias caídas o de sus propios delirios; haría falta sobretodo que
sucumbiese en el umbral del canto, e, himno vivo más allá de la
inspiración, que conociese el pesar de no ser poeta, de no estar
iniciado en la "ciencia de las lágrimas", en los azotes del corazón, en
las orgías formales, en las inmortalidades del instante...
...Muchas veces he soñado con un monstruo melancólico y erudito, versado
en todos los idiomas, íntimo de todos los versos y de todas las almas, y
que errase por el mundo para nutrirse de venenos, de fervores, de
éxtasis, a través de las Persias, las Chinas, las Indias muertas, y las
Europas moribundas, muchas veces he soñado con un amigo de los poetas
que los hubiese conocido a todos por desesperación de no ser de los
suyos.
(En Breviario de podredumbre)