T. S. Eliot o el big bang de la poesía moderna
El domingo, 4 de enero, se cumplen 50 años de la muerte del poeta, autor del genial La tierra baldía
MARTÍN LÓPEZ-VEGA | 02/01/2015
T.S Eliot
Cuando en 1948 le concedieron el premio Nobel, el jurado le llamó "pionero". La tierra baldía (1922) fue la tierra ignota que descubrió, con la ayuda de Ezra Pound, quien desbrozó de maleza el manuscrito original hasta dejar en pie la sublime arquitectura de un collage poético único. La técnica no era nueva (todos los poetas se han dedicado con mayor o menor afición al collage desde el principio de los tiempos) pero sí el modo en que Eliot optaba (sin renunciar a todos los redobles de tambor) por soluciones que dejaban el poema, el verso, abiertos. Tampoco era casualidad: como ensayista, Eliot fue uno de los más brillantes pensadores acerca del lugar de la lírica en la sociedad. Cualquier aprendiz de poemas tendría que leer La tierra baldía y losCuatro cuartetos, pero también Función de la poesía y función de la crítica (que fuera traducido al castellano por Jaime Gil de Biedma), por empezar por algún sitio.
T.S Eliot y Virginia Woolf en Garsington. Foto: National Portrait Gallery de Londres
Otros poetas que fueron a París a escuchar a Bergson fueron Antonio Machado o Giuseppe Ungaretti. Cada uno a su manera entendieron que las teorías del filósofo francés recuperaban el hilo entre la física y la poesía, que comparten un mismo objetivo: describir lo invisible. Las ideas de Bergson sobre la duración están relacionadas (en principio) con la teoría de la relatividad de Einstein, pero su concepción de una línea temporal de la que podemos saltar para verla desde fuera inspiraría desde entonces a muchos poetas (tal vez a los mejores de la tradición occidental). Desde entonces, un poema es una vida o una eternidad (¿no es lo mismo?) condensada en el espacio de unos versos: un big bang al revés.
Y un big bang es La tierra baldía; el big bang que originó la expansión de la materia que hoy forma lo mejor de la poesía occidental. Todo parece estar en La tierra baldía como primero todo parecía estar en el Poema de Gilgamesh. El poema incluye una larga serie de notas para hacerlo más inteligible (lo que consigue algo) pero que en realidad lo que hacen es prolongar el poema más allá de sí mismo.
Su influencia en España fue más o menos importante: como teórico sobre todo, pero también en poetas como el primer Pere Gimferrer (el de Arde el mar) o quizás uno de los autores que más lejos llevó la propuesta eliotiana, Gerard Vergés (véase si no su L'ombra rogenca de la lloba). Muy pocas de las vanguardias poéticas posteriores serían comprensibles sin su figura. La de un hombre cuya vida no pudo ser menos vanguardista: toda la vida leyendo y estudiando rodeado de humo. Como en una vieja película de misterios más o menos exóticos y sánscritos.
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