Tres poemas del reconocido poeta surrealista Raúl Henao, nacido en Cali y afincado en Medellín desde casi toda su vida. Autor de una decena de libros, publicamos tres textos inéditos donde
como siempre fulgura su aliento Y TALENTO surrealista y el poder de su escritura
cromática.
EL SECRETO
Me
ha sido revelado en un palpitar del corazón o la brevedad de un
parpadeo el secreto que rige el mundo y permite cambiar el reinado
tiránico del Rey de Hojalata en una nueva Edad Dorada, libre del temor
al hambre y la guerra, la vejez o la muerte. Pero cuando quiero
comunicarlo a mis contemporáneos, comprendo que la esencia del secreto
es permanecer indescifrado y que aun si intento compartirlo con ellos,
resulta ajeno a sus sentidos indiferentes a cuanto no les dictamina el
oscuro poder del tiempo, cuyo reloj de arena pongo al revés, al llegar
la noche el año que termina.
***
LA MONJA
“Pon la mesa en la que se sienta el amor”
Remy de Gourmont.
Se
arruma alrededor el hojarascal de las horas pasadas cuando el año nuevo
comienza a dibujarse en la neblina matutina, apoyando su nariz agripada
en las vitrinas callejeras. No bien conseguimos reunir las flores en el
altar de una misa de difuntos por el tiempo vivido y ya nos visita de
nuevo el recuerdo molesto de la felicidad perdida en los correvediles de
algún encuentro suburbano… y sólo porque se interpuso a su paso el
regusto por las estampas de santos y las tarjetas de visita chapadas a
la antigua. Ahora en lo desasosegado e incierto de los amores
crepusculares y tardíos, es la soledad, que el hábito viste de monja, la
que nos acompaña sentada a la mesa del refectorio que, al fondo del
conventillo, enciende nuevamente su chimenea ojerosa a la hora de la
cena.
***
EL MAR VOLUPTUOSO
El horizonte se prolonga en la distancia canicular y polvorienta
de la bahía, que a vuelo de pájaro semeja el costillar
de una res muerta.
Es el país de la tórtola y el murciélago donde el día y la noche
se confunden en las habitaciones desnudas de los hoteles
o en los charcos de lluvia que las tardes dejan a su paso en la playa.
El mar recupera luego esa gargantilla de perlas abandonada
a lo largo de la costa como un cuello nacarado de mujer
al que, poco a poco, cubre la marea de sus besos.