9/05/2022

Tres tiempos, Raúl Henao

Tres poemas del reconocido poeta  surrealista Raúl Henao, nacido en Cali y afincado en Medellín desde casi toda su vida. Autor de una decena de libros, publicamos tres textos inéditos donde como siempre fulgura su aliento Y TALENTO surrealista y el poder de su escritura cromática.
 
 

 

 

 

EL SECRETO

Me ha sido revelado en un palpitar del corazón o la brevedad de un parpadeo el secreto que rige el mundo  y permite cambiar  el reinado  tiránico del Rey de Hojalata en una nueva Edad Dorada, libre del temor al hambre y la guerra, la vejez o la muerte. Pero cuando quiero comunicarlo a mis contemporáneos, comprendo que la esencia del secreto es permanecer indescifrado y que aun si intento compartirlo con ellos, resulta ajeno a sus sentidos indiferentes a cuanto no les dictamina el oscuro poder del tiempo, cuyo reloj de arena pongo al revés, al llegar la noche el año que termina.

***
LA MONJA
“Pon la mesa en la que se sienta el amor”
Remy de Gourmont.

Se arruma alrededor el hojarascal de las horas pasadas cuando el año nuevo comienza a dibujarse en la neblina matutina, apoyando su nariz agripada en las vitrinas callejeras. No bien conseguimos reunir las flores en el altar de una misa de difuntos por el tiempo vivido y ya nos visita de nuevo el recuerdo molesto de la felicidad perdida en los correvediles de algún encuentro suburbano… y sólo porque se interpuso a su paso el regusto por las estampas de santos y las tarjetas de visita chapadas a la antigua. Ahora en lo desasosegado e incierto de los amores crepusculares y tardíos, es la soledad, que el hábito viste de monja, la que nos acompaña sentada a la mesa del refectorio que, al fondo del conventillo, enciende nuevamente su chimenea ojerosa a la hora de la cena.

***
EL MAR VOLUPTUOSO
El horizonte se prolonga en la distancia canicular y polvorienta
de la bahía, que a vuelo de pájaro semeja el costillar
de una res muerta.

Es el país de la tórtola y el murciélago donde el día y la noche
se confunden en las habitaciones desnudas de los hoteles
o en los charcos de lluvia que las tardes dejan a su paso en la playa.

El mar recupera luego esa gargantilla de perlas abandonada
a lo largo de la costa como un cuello nacarado de mujer

al que, poco a poco, cubre la marea de sus besos.