En el camino a San Romano de André Breton y Entre irse y quedarse de Octavio Paz
Comentados por José María Ruiz / Taller Meca de Poesía /
Poetas-ensayistas. Enero a Mayo de 2016.
La
poesía se hace en la cama como el amor
sus sábanas revueltas son la aurora de las cosas
La poesía se hace en los bosques
Tiene el espacio que necesita
no éste sino no el que condicionan
el ojo del milano
el rocío sobre una cola de caballo
el recuerdo de una botella empañada sobre una
bandeja de plata
un alto mástil de turmalina sobre el mar
en la ruta de la aventura mental
que asciende en picada
un alto en el camino que se enmaraña enseguida
Allí no se grita sobre los techos
No es conveniente dejar la puerta abierta
ni llamar a los testigos
los bancos de peces los cercos de jilgueros
los rieles a la entrada de una gran estación
los reflejos de las dos orillas
los surcos en el pan
las burbujas del arroyo
los días del calendario
la hierba de San Juan
el acto del amor y el acto de la poesía
son incompatibles
con la lectura del diario en voz alta
El sentido del rayo del sol
el resplandor azul que despiden los hachazos del
leñador
el hilo del barrilete en forma de corazón o de
cesta de pescar
el golpe rítmico de la cola de los castores
la eficacia del relámpago
el disparo desde lo alto de viejos peldaños
la avalancha
La sala de los prestigios
No señores no es la octava sala
ni los vapores del cuartel un domingo por la tarde
Las figuras de danza ejecutadas en transparencia
sobre los charcos
El límite de un cuerpo de mujer trazado contra un
muro por el lanzador de puñales
las volutas claras del humo
los bucles de tus cabellos
la curva de la esponja de Filipinas
el zigzag de la serpiente de coral
el avance de la hiedra en las ruinas
La poesía tiene todo el tiempo por delante
el abrazo poético como el abrazo carnal
mientras dura
prohíbe toda visión estrecha sobre la miseria del
mundo.
Dice Breton que hacer Poesía es mucho más que
nada más el regodearse en el simple ejercicio de practicar la escritura y ya
por eso sentirse realizado.
Para Breton, este ejercicio es comparable con el
mismo ejercicio de vivir desde lo más anodino y elemental, hasta el sumun de la
gloria de la inspiración. Se explaya Breton en regodeos bucólicos; supongo que
buscando que los tontos entiendan que ser Poeta es vivir a cada instante
sobrecogido por la belleza de cada situación, por anodina, o por irreal desde
lo poético que parezca. Al Poeta nada debe parecerle superfluo o nada más un
insuceso irrelevante del que nada haya que asombrarse y mucho menos dejar
constancia de ello de manera amable y regocijante para el lector; muy por el
contrario, la belleza y no únicamente la belleza vista desde los canon de la
dictadura del mercado, sino desde esas bellezas de la cuales el Poeta y el
lector o escucha de la Poesía, es lo saben reconocer en un texto construido a
partir de la vivencia con ojos diferentes del narrador del evento, visión o
suceso.
No es la Poesía para Breton como un mero acto de
leer el diario, como casi cotidianamente hacemos y en cual nos informamos sobre
los aconteceres del día anterior; para nada. Leer Poesía es como sentirse
abrazado por el Poeta y lo que cuenta y al mismo tiempo vivirlo, sentirlo,
llorarlo o gozarlo como cuando él lo vivenció y decidió que por alguna razón,
eso tendría que quedar plasmado en su retina y para que que alguien más algún
día, alguna otra vez, podría recrearlo para sí y lo que lo rodean, tendría que
ser escrito.
En los últimos tres versos del poema “En el
camino a san Romano” Breton asegura lo que piensa con una carga de profundidad
suficiente como para derrumbar cualquier rezago de incredulidad sobre las
bondades y eficiencias de la Poesía, al
asegurar que leer Poesía, mietras dura esta lectura, que a mi modo de
ver no termina con el hecho de leerla, es suficiente argumento para vencer la
estrecha visión de las miserias del mundo, que es lo que casi siempre es todo
lo que se ve desde la miope visión del pedestre ser humano.
***
ENTRE IRSE Y QUEDARSE
de Octavio Paz.
Entre irse y quedarse duda el día,
enamorado de su transparencia.
La tarde circular es ya bahía:
en su quieto vaivén se mece el mundo.
Todo es visible y todo es elusivo,
todo está cerca y todo es intocable.
Los papeles, el libro, el vaso, el lápiz
reposan a la sombra de sus nombres.
Latir del tiempo que en mi sien repite
la misma terca sílaba de sangre.
La luz hace del muro indiferente
un espectral teatro de reflejos.
En el centro de un ojo me descubro;
no me mira, me miro en su mirada.
Se disipa el instante. Sin moverme,
yo me quedo y me voy: soy una pausa.
A partir de la fragilidad del tiempo, y eso
suponiendo que exista o haya existido como medida de espacios disponibles para
el autor, éste se declara amable sujeto
para sus avatares y como tal se entrega sin reticiencias cuando se
afirma en “soy una pausa”
Pero mientras nos cuenta que sea como sea, él
está ahí inmóvil para que ese tiempo lo ubique en el espacio correspondiente,
aprovecha para ir divagando en sus fantasías, tal y cómo las ve desde su
posición de sujeto en entrega sin temores.
Una tarde moribunda, crepuscular y cambiante
genera en el poeta imágenes que, con el variable color del ambiente, van
construyendo en su imaginación figuras y situaciones de ensueño y se dibujan con
sus nombres ocultos a los ojos del que no mira, ni mucho menos ve.
Sabemos que un momento antes, eso que ahora se
diluye entre las sombras, eran por ejemplo sus cotidianos objetos de compañía;
un lápiz. una hoja en blanco, una taza de café con el asiento ya reseco y el
deseo de unos nuevos sorbos, mientras se observa cómo todo sigue cambiante e
inmutable al tiempo. Nada más la intensidad de la luz que no disminuye, sino
que muta en visiones, es el motor que impulsa las nuevas posibilidades de los
objetos y los espacios.
La diástole y el sístole del tiempo podrían ser
el día y la noche; pero ese infinitesimal espacio entre el tic y el tac; ese
espacio, invisible para muchos, es el que posee la magia de hacerse visible a
los ojos del poeta hasta convertirlo en una sucesión de imágenes que lo hacen
infinito.